Estimados amigos, érase una vez una empresaria que tras varios años de esfuerzo consiguió hacerse un hueco en el complejo negocio del desarrollo del capital humano en las organizaciones.
Puso sus ilusiones y dedicó muchísimas horas a trabajar en lo que creía que era posible, lograr que las empresas fueran lugares mucho más humanos donde trabajar y, porqué no, ser más felices.
Inventó conceptos de relevancia en prensa como la Facilocracia, en el que cada persona se preocupaba por hacerla la vida más fácil al siguiente compañero involucrado en la larga cadena que lleva a la satisfacción del cliente.
En aquellos momentos todos teníamos tiempo para pensar en cómo hacer posible la dura tarea de destacar sobre la competencia. Porque todos sabemos que conseguir diferenciarse en el mercado pasa por que cada empleado de nuestra organización quiera dar lo mejor de sí mismo y quiera que los demás también lo den.
Pero la situación que vivimos ha cambiado radicalmente, los trabajadores están preocupados por su futuro, en los pasillos de las empresas escuchamos conversaciones sobre la incertidumbre que existe en el terreno laboral. Muchos de ellos han visto “salir” a compañeros cuyo trabajo se consideraba imprescindible.
La lucha por ser los mejores se ha ido convirtiendo en la batalla individual por mantener el puesto de trabajo.
Vemos como han aumentado las tareas de cada empleado tiene que hacer para sacar adelante el trabajo. Para ello tienen que multiplicar las horas que dedican y además, no les podemos compensar económicamente el esfuerzo.
Si hacemos un sencillo cálculo de horas partido por tiempo vemos que a los empleados no les salen las cuentas, pero siguen esforzándose. ¡Y la mayoría, sin protestar!.
Quiero felicitar a todos las empresas y trabajadores que están, como nosotros, aún en esta situación, trabajando el doble, con la mitad de gente, dispuestos a ganar incluso un tercio de lo que ganaban, deseando que vuelvan las épocas en las que nos dedicábamos a pensar en el futuro a largo plazo.
Todos los que se esfuerzan ahora en asegurar el corto plazo, dando lo mejor de sí mismos, arrimando el hombro para sobrevivir todavía un poco más, merecen nuestra más sincera admiración y respeto.
Por el contrario, aquellos que no digieren el cambio drástico de situación, que continúan haciendo lo mismo que hacían, dejándose caer en el continuo victimismo y contribuyendo al gran “quejido empresarial”, no ayudarán a sus empresas, familias e individuos a avanzar por el desierto que aún estamos atravesando.
Y de nuevo, felicidades para los que se esfuerzan cada día trabajando el doble, con la mitad de gente, para ganar un tercio. ESTAMOS SOBREVIVIENDO.